Millones de niñas y niños
en el mundo, se ven obligados a trabajar para poder sobrevivir. Millones de
niñas, han sido y serán madres a una edad, en la que deberían de estar
aprendiendo o jugando. Miles y miles de niñas y niños están desaparecidos,
cientos y cientos son detenidos y torturados allí donde hay algún conflicto. Un
número importante han muerto o han
sido torturados e incluso obligados a empuñar las armas, por grupos militantes
armados de lo más diverso.
Cuando uno lee todas estas cosas, le vienen a la cabeza
países cómo Afganistán, República Democrática del Congo, Sudan, Haití, Irak,
Colombia, Israel, territorios palestinos ocupados, Nigeria, Siria, etc, etc.
Nunca piensas que aquí al lado, se pueden estar dando situaciones
que nos harían sentir vergüenza de ser lo que somos.
Europa
nos ha vuelto a poner delante de nuestros ojos,
unas cifras impresionantes.
No
vamos a hablar de Aylan ni de otros muchos que cómo él, no tuvieron la suerte
de cruzar el Mediterráneo sanos y salvos.
Según la Europol, presumiblemente más de 10.000 niños refugiados,
que han llegado a nuestras costas bien solos o acompañados y que vienen de
áreas de conflicto, han desaparecido sin dejar rastro. Se han
volatilizado, se han evaporado delante de nuestra casa, delante de nuestras
narices y nadie sabe donde pueden estar. ¿Cómo es posible que algo así pueda
suceder?
Se sabe que a la
mayor parte de ellos no se les perdió el rastro al llegar a tierra, sino que se
evaporaron de los centros de refugiados donde estaban acogidos. Mientras las
autoridades nacionales aseguran que nada saben de sus paraderos, las diferentes
ONGs que trabajan con los refugiados, apuntan en dos direcciones: O se han reunido con otros
familiares o han
caído en las garras de las mafias de
tráfico de personas y de explotación infantil. Mientras esto pasa, hay
gobiernos europeos que no le dan importancia a lo que pasa y otros endurecen
las condiciones de ayuda a los refugiados.
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