jueves, 28 de abril de 2016

Prohibido abrazarse





Pues resulta, que el director de la escuela primaria St Patrick's, situada en la ciudad australiana de Geelong, ha prohibido que las niñas y niños reciban y den abrazos, “con el fin de protegerles y prepararles para la crudeza del mundo en el que vivimos".
Dar abrazos y recibirlos ha quedado absolutamente prohibido en esta escuela.

Y cómo la secuencia posterior y más lógica al abrazo, es un beso, ¿Quién va a besar a estos niños?
Pero menos mal que solamente ocurre esto en St Patrick's.  Manda narices que el director del colegio diga que  lo que les ha llevado a tomar esta medida, es que hay que enseñarles a ser cautelosos. Y que hay otras muchas maneras de mostrar afecto, como por ejemplo: darse un apretón de manos, chocarse los cinco, una palmada en la espalda, un “que majo eres”, etc.

¿Alguien se imagina un mundo sin abrazos ni besos?
¿Qué va a ser de nuestros niños, si no somos capaces de enseñarles algo tan bonito?

Es evidente que si el mundo estuviera lleno de abrazos y besos sería muy diferente al que tenemos hoy día. Nuestro mundo,  que es un mundo lleno de miserias, guerras, egoísmo y violaciones de derechos humanos, no se arregla implorando a Dios, solo se puede combatir con cariño,  amor y respeto a los demás.


sábado, 23 de abril de 2016

¡A Dios, se le han ido muchas cosas de las manos!




La verdad, es que todavía y a estas alturas de la vida, hay cosas que vas sabiendo sobre la forma de actuar del nazismo que consiguen romperte el alma en mil pedazos. El relato de Harold Le Druillenec es sobrecogedor. Uno se da cuenta de que aquellas mayores atrocidades que te pudieras imaginar, se quedaban cortas ante la realidad de lo que realmente pasó. Por si fueran poco las cámaras de gas, las torturas, los trabajos forzosos, las violaciones, la experimentación médica, los millones de personas muertas a causa del abuso y negligencia; resulta que hubo miles y miles de personas sin comida y sin agua, abandonados a su suerte que no tuvieron más remedio que comerse los unos a los otros. El objetivo primordial era el de la supervivencia, a costa de lo que fuese.

Recuerdo ahora el libro “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, libro de recomendable lectura, donde el autor, médico psiquiatra de profesión y superviviente de los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau, nos cuenta su experiencia y su lucha por la supervivencia, en los terribles años que duro su detención.
A pesar de todas las penalidades por las que tuvo que pasar, el Dr. Frankl logro encontrar un sentido a su vida y consiguió  sobrevivir. Nos cuenta, corroborando lo que describe Harold Le Druillenec, que la mayor parte del exterminio se produjo los campos pequeños, no en aquellos más grandes y famosos.
La batalla por la supervivencia era durísima. La lucha por un mendrugo de pan, por salvar la propia vida o la de un amigo era encarnizada. Uno vivía para que otro muriera.

Nuestras sociedades están acostumbradas a señalar a otros cómo los culpables de sus desgracias y penalidades. Es complicado asumir los propios errores y los problemas derivados de los mismos. En Calcuta, se derrumba un puente en construcción por designio de Dios, no por negligencia ni por nada achacable al constructor. Tirando de ese hilo, las mayores calamidades que ha sufrido la humanidad, son también culpa de Dios. Al fin y al cabo, Dios no va a decir nada, no puede protestar y en el nazismo, es evidente que el asunto se le fue de las manos. Pero las mujeres y hombres de este mundo, tienen un poder incalculable, a pesar de que Dios les abandona, para sobrevivir y hacer frente a las mayores calamidades que nos podamos imaginar. Mi recuerdo aquí, para todos los refugiados que malviven y mueren por encontrar una vida mejor.

domingo, 10 de abril de 2016

Una Europa al límite





Lo que Europa tiene helados, son los sentimientos, para que nos vamos a engañar. Y es evidente que no solo las flores están confundidas, también lo estamos el resto de seres racionales.
Resulta que muchos de nuestros gobernantes, nos presentan a todos los europeos ante los ojos del resto del mundo, cómo unos individuos mucho más egoístas, interesados, mezquinos, materialistas e incluso imbéciles, de lo que somos.  
  
Por supuesto estoy haciendo referencia al drama de los refugiados, al trato que están recibiendo y al comportamiento que tenemos con ellos.
Y en todo esto, no tiene nada que ver ese fenómeno  meteorológico al que llamamos “El Niño”. El frío polar se despide de buena parte de Europa, las plantas se creen que ha llegado el buen tiempo, pero los refugiados se nos mueren de frío y de hambre a la puerta de casa.

Los europeos normales, queremos que se respeten los acuerdos que se toman.
Queremos que se haga efectivo el reparto acordado de 120.000 refugiados de septiembre del año pasado. No queremos que se gasee a nadie y que les echen el ejército encima por intentar traspasar una frontera para no morir de hambre o frío. No queremos alambradas de espino y concertinas que les obligan a recorrer cientos y cientos de kilómetros de más, para llegar a su destino, tan incierto cómo su futuro. Tampoco queremos referéndums que nos obliguen a elegir si queremos refugiados o no, ni queremos que se les devuelva a la frontera de la que han venido, con golpes, mordeduras de perro o acosados. No queremos que se les trate de forma degradante, enjaulándoles y tirándoles la comida cómo si fueran animales. No estamos de acuerdo en que se les pongan pulseras identificativos, ni que se pinten las puertas de sus viviendas, a modo de estigmatizarles. Estamos horrorizados cuando se nos cuenta que miles de menores, han desaparecido en nuestros territorios.

Las decisiones unilaterales en la crisis de los refugiados llevan a Europa al límite. Los gobiernos europeos deben de cumplir con sus obligaciones internacionales y los refugiados deben de ser recibidos con dignidad y ver respetados sus derechos.
Esta Europa tal y como funciona ahora, no nos sirve de mucho.

jueves, 7 de abril de 2016

Y le llamaron Esperanza



A uno se le parte el alma en mil pedazos, al recibir noticias cómo esta. Mucho más cuando piensa en lo que puede estar sucediendo con los niños en cualquier lugar del mundo y que no sabemos. Hope es la imagen de un drama por todos conocido, pero que nos resistimos a creer que esta sucediendo de verdad. Lo mismo ocurrió cuando vimos la imagen de Aylan, ahogado en una playa turca.

Hope es de Nigeria, pero podría ser de cualquier otro país donde los niños carecen de esperanza de poder tener una infancia feliz.

Uniceff nos cuenta, que hay en el mundo, millones de niños, que son explotados, prostituidos y además de sufrir maltratos y abandono, se vuelven "virtualmente invisibles". Niños que carecen de oportunidades para estudiar, que no tienen acceso a la salud, que son obligados a trabajar en infames condiciones, o niñas que son obligadas a casarse y son madres a unas edades tan tempranas, que ponen en gravísimo riesgo su salud. Más de 10 millones de menores de cinco años fallecen todos los años, y esta cifra es más trágica si se tiene en cuenta que dos terceras partes de esas muertes se podrían evitar.

¿Qué futuro les espera a estos niños que están tan necesitados?
¿Y las sociedades en que viven, que futuro pueden esperar?
Estas privaciones y traumas de los primeros años de vida, tan importantes para su desarrollo, les van a afectar siempre.

Y luego aquí, en un país cómo el nuestro, en el pelotón de los desarrollados, y donde no carecemos de tantas cosas, somos capaces de poner el grito en el cielo, cuando una niña de 6 años, dice aquello de:
“Mama, el traje del rey Melchor, es de mentiras”